jueves, 4 de octubre de 2012

Esas medicinas alternativas...

Las trampas de la pseudociencia
MARIO MENDEZ ACOSTA

A lo largo de los siglos la charlatanería médica ha fascinado al ser humano, ello se debe a que toda persona normalmente experimenta una gran desazón al enfrentarse a los malestares físicos. El sufrimiento causado por las enfermedades hace rebasar con facilidad las consideraciones derivadas de la razón y la prudencia y obliga a buscar alivio inmediato. No tanto a la enfermedad en sí, sino a la congoja personal que despierta el mal corporal, ya sea el propio o el de las personas queridas.

Este alivio debe ser inmediato, económico, indoloro y de ser posible, de buen sabor.

Tal es el factor fundamental del inocultable éxito y prevalencia de las pseudociencias médicas, así como de gran parte de las prácticas de las medicinas tradicionales de cada región del mundo, aún las más irracionales y manifiestamente mágicas.

De hecho, el primer problema con que nos enfrentamos es que el desempeño de, por ejemplo, los remedios milagrosos que tanto han ocupado la atención pública los últimos meses, se tiende a ponderar con base en el número de testimonios favorables (auténticos o no) que se dan a conocer al público en los comerciales que los promueven pero nunca a través de los criterios de efectividad que emplea la medicina científica, los que se apoyan en estudios estadísticos controlados, que abarcan tanto a grupos de prueba como de control con los suficientes sujetos como para apreciar de manera significativa la efectividad de una droga o tratamiento.

Los testimonios que respaldan la efectividad de una pseudociencia se equiparan así con los que se ofrecen a los retablos o exvotos populares, que se pueden apreciar en las iglesias, Son igual de convincentes y hasta conmovedores pero nunca incluyen información sobre el fracaso ocasional de la intervención divina. En el caso de los anuncios de TV, jamás se considera ninguna falla del medicamento milagroso que se promueve. No existen los ex-- votos negativos al igual que jamás se presentan en televisión testimonios críticos sobre esos productos mágicos.

El testimonio favorable resulta fascinante para el televidente y su atractivo es la clave del éxito y la subsistencia a largo plazo de la pseudociencia médica. Sin embargo, para que ésta se sostenga con un flujo mínimo aunque constante de testimonios reales, basta con que el producto maravilloso que se promueve funcione efectivamente como un placebo, es decir un producto cuyo consumo sea capaz de lograr mejoras apreciables en ese segmento de la población para quienes la mera sugestión resulta suficiente para que experimenten un alivio en la forma en que se sienten, aunque ello sea algo pasajero.

Algunas pseudociencias resultan atractivas ya que materializan una supuesta rebelión exitosa ante el establishment médico, es decir ante esa pretendida dictadura o dominio arbitrario que aseguran los fieles ejercen la medicina científica y los laboratorios médicos en el ámbito mundial de la salud.

Los proponentes de disciplinas como la herbolaria, la quiropráctica, la homeopatía, la osteopatía y muchas otras, gustan de denunciar la existencia de un status quo injusto y abusivo que les impide florecer y les niega el reconocimiento y la igualdad ante la medicina científica a la vista de las poblaciones afectadas por diversos males en la sociedad contemporánea.

El hecho es que en realidad no existe tal establishment o “poder invisible” que les impida a los charlatanes actuar en igualdad de condiciones. Bastaría con que cada una de esas disciplinas sometiera a sus productos, servicios o teorías fundamentales a las mismas pruebas controladas de doble ciego que aplica la medicina a sus propias propuestas, y que mostraran resultados positivos, claros y reproducibles, Con ello, sus remedios serán aceptables en todos los casos. Desde luego que existe reticencia entre los proponentes de las pseudociencias a someterse a estas pruebas ya que, además de que no desean poner en riesgo alguna revelación cuasi divina o dogma de sus creadores originales, están conscientes de que se benefician de una aceptación clientelar fija, la cual sólo se vería mermada si se diera a conocer que no pasaron esas pruebas.

Otro elemento que contribuye al atractivo de las pseudociencias es esa tan divulgada falacia de que ofrecen una especialización individualizada del tratamiento de las enfermedades. Se les dice: “Tú eres especial pero la medicina científica sólo te trata como una mera cifra”.

En efecto, muchas pseudociencias médicas argumentan como algo positivo que sus terapeutas no tratan a la enfermedad sino al paciente, y que cada uno de ellos es diferente y requiere un trato especial, ¡obviamente una trampa para halagar el ego del cliente!

Con esto condenan implícitamente a la medicina científica, por tratar al universo de sus pacientes como constituido por meras estadísticas anónimas. Pero lo cierto es que claramente hay multitud de médicos reales que conviven con sus pacientes y conocen sus idiosincrasias. Por otro lado, la identificación de las verdaderas causas de las enfermedades es el mayor mérito de la medicina científica moderna. Esto le permite prevenir y tratar a grandes núcleos de la población en todas las partes del mundo y fabricar medicamentos y vacunas en masa lo que le ha permitido erradicar males como la viruela y en buena parte la poliomielitis.

Ciertamente, la habilidad del médico en el trato con el paciente influye en la reacción inicial de éste la que se transforma en el amenguamiento de muchos síntomas desagradables y malestares psicosomáticos, algo que aprovechan con destreza los curanderos y los terapeutas de las llamadas medicinas alternativas.

El contacto humano y hasta el mero trato con el médico tiene efectos notables en el paciente desesperado, y desencadena procesos internos que en muchos casos llevan a la eliminación de bastantes malestares leves y pasajeros.

Todo este conjunto de factores se traduce en una vulnerabilidad anímica para el paciente común y corriente, y lo hace fácil víctima de una campaña vigorosa de promoción de productos como los llamados medicamentos milagrosos, que sorprenden su buena fe y los despojan de millones de pesos cada año, contradiciendo así de paso el mito de que la medicina alterna es más económica que la científica.

Los méritos residuales que pueden tener algunos productos que se comercializan en los infomerciales que se transmiten cada día por la televisión, como son por ejemplo el cardo mariano, el licopeno, el resveratrol, el extracto de semilla de uva y varios otros, no justifican ni remotamente el precio estratosférico con que se expenden al público, una población por completo desamparada por las autoridades de salud, que han encasillado a estos productos como suplementos alimenticios ubicados más allá del bien y del mal.

Los efectos nocivos que ocasionan estos productos no son publicitados, como ocurre en el caso de los extractos de toronja o de alcachofa, ya que algunos estudios han demostrado que pueden causar daños al organismo.

Hay otro factor que contribuye al atractivo de la pseudociencia y es el encanto de índole folclórico que poseen las medicinas tradicionales; es decir, las que desarrollan los pueblos a lo largo de los siglos.

No existe ningún mérito en esto. Son escasas las ventajas intrínsecas reales de las medicinas tradicionales, las que en general están afectadas negativamente por el pensamiento mágico, como ocurre con remedios como los ojos de venado, los testículos de tigre, los cuernos de rinoceronte y muchos otros productos, cuya supuesta efectividad sólo se puede atribuir a una idea mágica.

Los seguidores de estas terapéuticas se sienten no obstante partícipes de un movimiento reivindicador o cuasi revolucionario, que supuestamente arrebata el control de la salud y la medicina de manos de una élite monopólica y explotadora, pero los resultados globales no son otros que el retorno a una época de barbarie y de futilidad médica, daños a la salud y extinción de especies animales protegidas.

Las instituciones como la Universidad de Chapingo, que deciden dedicarse a la promoción de la herbolaria sin tener una escuela de medicina, sólo alcanzarían algún mérito si enfocasen sus investigaciones al aislamiento de los ingredientes activos de las hierbas o productos animales reputados como medicinales; en su prueba clínica y en el perfeccionamiento de su posología --es decir su dosificación--, pero sobre todo, si en efecto se animan a desechar productos nocivos que requieren retirarse cuanto antes del mercado.

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